Por favor no huya, no sea cobarde, es una promesa, le va a interesar. Y aunque no lo crea, quizás le ayude a comprender por qué nuestra educación pública, la que nos hizo grandes hace tiempo, hoy es un desastre que nos avergüenza. Debe volver a ser de excelencia. Hay que cambiarla. La “Declaración de Purmamarca”, II Congreso Federal de Educación, en Jujuy, el 12/2/2016, fue firmado por los 25 ministros del área de Argentina. Es un compromiso para que la educación genere el futuro, del futuro. Tuvo poca prensa. La educación tiene poca prensa. Salvo que se trate de informar cuán mala es la educación pública en Argentina. La privada es sólo un poco mejor.
El 12/7/2016, en el Centro Cultural Kirchner, el presidente Macri, rodeado por 15 gobernadores, casi todos los ministros de educación del país, varios ex ministros; 70 intendentes, líderes de diferentes partidos políticos, algunos embajadores; empresarios, representantes de ONG, un mundo variopinto de fuerzas vivas, juntos, para ratificar la Declaración de Purmamarca, con un Compromiso por la Educación. Mucho énfasis, poca prensa. Un clásico. Los argentinos declamamos que nos importa la educación, no es cierto; lo decimos porque queda bien. Si realmente nos importara, les exigiríamos a nuestros políticos que antes de pedirnos el voto, nos explicaran detalladamente su pensamiento en cuanto a educación. Agustina Cavanagh, de la Fundación Cimientos, a través de una encuesta descubrió que al 86% de los políticos, no les interesa la educación. Al 72% de la población, tampoco. De ahí los malos resultados obtenidos. Si 4 chicos terminan la primaria y milagrosamente entran en el secundario, sólo 2 de ellos se reciben. El 50%. De esos 2, sólo uno interpreta lo que lee. El 50%. Es decir que hay demasiados chicos que llegan a la universidad, que pagamos entre todos y que para ellos es gratis, que no entienden lo que leen y tienen que seguir un curso especial para dejar de ser cuasi analfabetos. Los datos nos aclaran que el secundario es malo, tirando a pésimo. ¿Y la primaria? Porque si la primaria fuese de excelencia (lo que debería ser obligatorio), el secundario no podría ser tan malo. El tema es que se había dejado de calificar a los alumnos, de acuerdo a alguna loca teoría tipo *Zafaroni, donde “una nota podía disminuir al que la recibía”, es así que se consiguió una muy mala escuela primaria. Los chicos egresan de la primaria sabiendo escasamente leer, escribir un poco menos, con faltas de ortografías monumentales, y prácticamente desconociendo las 4 operaciones básicas. Ni hablar de conceptos abstractos como la ciudadanía, instituciones, nuestra galaxia o algo más simple: la regla de tres. En vez de múltiples materias que no sirven, deberían ser pocas y útiles. De eso, nada. Así llegan al secundario, que los recibe con ¡8 o 10, a veces 11 y hasta 12 materias por año! Se sabe que nuestro país ha sufrido demasiadas revoluciones a lo largo de su historia y todas terminaron mal. Hasta aquellas que reivindicamos. Pero la única revolución extraordinaria y efectiva, fue la “Educación Popular” (1849) de Sarmiento, base de la maravillosa ley 1420 de educación obligatoria, gratuita y laica (1884). Pero eso fue fantástico y decimonónico, ahora estamos en el siglo XXI y no podemos seguir con la educación de Sarmiento, con pocos cambios. El mundo cambió. Los tiempos cambiaron. La educación debe cambiar y esa revolución es imprescindible y no puede esperar. Internet ha producido la más grande de todas las revoluciones desde la imprenta. Ahí están todos los libros, todo lo que se ha escrito, todos los diarios, todas las revistas, por lo tanto, todas las respuestas. Como diría el Pepe Mujica, hay que enseñarles a nuestros chicos a preguntar. Los chicos deben desaprender lo aprendido, para aprender a aprender. Y eso sólo se consigue preguntando, con maestros que estimulen las preguntas. Hoy, las preguntas molestan, porque sacan a los “trabajadores de la educación” de la letanía de sus lecciones aprendidas de memoria. Pocas materias, útiles, con futuro: idiomas, computación, armonizar con los que piensan, creen, rezan o tienen banderas distintas. El mundo se globalizó y estos chicos van a vivir en el mundo. Enseñar derechos y obligaciones, haciendo hincapié en el “Y”. Porque parece que las “obligaciones” no existen. Los chicos aprenden que algo se les debe, que el país, la vida, el banquero o el quiosquero de la esquina, algo les debe. Lo único que se les debe es una educación de excelencia. No se conoce otro rasero socio económico más eficiente. Enseñar arte, economía, comercio, ciencias, idiomas y libertad. Y que la libertad de uno termina cuando empieza la del otro. La gran revolución pasaría por enseñarles a los chicos a pensar. Darles los datos de los hechos, lo más objetivos posible y que ellos saquen sus conclusiones. Que aprendan a pensar por su cuenta. Y una vez que piensen, que se permitan una pequeña brecha para la duda. Nadie tiene la verdad absoluta sobre nada, la pequeña brecha es indispensable para crecer en todo sentido. Suponemos que cuando entendamos como sociedad que la educación no se reduce a los salarios de los docentes (que deberían estar muy bien pagos), que no se reduce a luchas sindicales y a torcerle el brazo al ministro de turno, ni se reduce al estado arquitectónico de las escuelas y colegios, aunque todo eso es importante; lo esencial se remite… a lo que no se discute. Y lo que no se discute es qué y cómo les vamos a enseñar a los chicos, qué y cómo vamos a preparar a los ciudadanos del futuro, qué y cómo pensamos moldear nuestra Argentina, esta Patria que tanto duele. Los comentarios están cerrados.
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Mayo 2017
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